lunes, 16 de septiembre de 2024

Escribo esto a las montañas. Y a las piedras y al romero.  A tu mirada, a tus abrazos y a las pollas. Escribo porque es de noche aunque yo nunca escribo de noche. Digamos entonces que escribo, y que es de noche. Y que si respiro fuerte, fuerte, fuerte, puedo oler todas las cosas a las que quiero. Sí, te puedo oler. Y también el tomillo, el orégano, los pinos. También los olores que no reconozco, esos son mis favoritos. Porque me recuerdan que una montaña se puede mirar para siempre. Porque nuestro siempre no es nada al lado de una montaña, una pequeña y mísera fracción de segundo al lado del olor del romero. Eso es lo que somos. Si pudiera juntar todas las cosas a las que quiero las pondría una encima de otra para alcanzar la cima. Y así besarte en la frente. Besar a una montaña en la frente. Berlín me hace creer que el deseo puede encontrarse en cada vagón de metro. Y yo tengo que cerrar los ojos quiero cerrar los ojos tan fuerte que no vuelva a ver una foto de una polla en mi vida. A mí me gusta Berlín porque mis amigas están allí, y porque su ruido y sus imágenes nos hacen creer que vivimos una vida apasionante. Pero aquí me olvido de que al bañarme en el agua del río me siento morir de frío. Y de que "a veces morirse es curarse" (Irene Solá).

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